Sobre el trato a las mujeres negras embarazadas
Embarazo y reflexiones desde la negritud
“La sorodidad une, hermana,
pero NO ALCANZA para nosotras,
mujeres prietas, jóvenes prietas,
ancianas prietas”
Vilma Piedade
Los síntomas del embarazo –para las mujeres que los vivimos- son un maravilloso transitar de sensaciones disparadas, que se pelean y a veces se acomodan con la creación de una rutina. Inicialmente no creía que vivir dominada por los síntomas era vivir plenamente, así que “le hacía a la lucha” como decimos en Ecuador. Pronto me desanimé, entre el sueño y las náuseas no había mucho que hacer, y cuando ya los consejos de la abuela y las pastillas recomendadas por la obstetra empezaron a hacer lo suyo: ¡Adiós náuseas y adiós sueño! Y allí entendí sobre mi cuerpo porqué hay una distribución de tres trimestres del embarazo. En fin, entrado el segundo trimestre me dispuse a reorganizarme en función de los muchos pendientes que tenía, así que volví a escribir poco a poco, a buscar opciones para ejercitarme y, ya que se me habían pasado –según yo- los ascos, a cocinar. Estaba más activa, con mucha energía y mucha sed por lo que mi vejiga se volvió mi enemiga.
Al inicio no parecía tan grave, estando en casa es fácil ir cada media hora al baño sin problema. Pero, ¿En la calle? ¡Es un suplicio! Un verdadero y absoluto suplicio. Llegas a un lugar, y mientras estás llenando un formulario para empezar un trámite ¡Zas! Llegan las ganas de hacer pipí, si el lugar tiene baño espectacular…te tomas una pausa, vas al baño y listo. ¿Y si estás en el supermercado? ¿O en el banco? Empecé a identificar los lugares en función de los baños que tenían cerca, y sobre las posibilidades de alquilar uno en un restaurante o almacén para poder salir tranquila.
Un día de aquellos de pagar cuentas, hacer un par de compras y caminar mucho estaba en el centro de Ibarra y me llegaron las ganas. Busqué un restaurante un largo rato, o algún edificio gubernamental, pero en la zona en la que estaba en ese momento solo había locales de ropa y almacenes de muebles. Entonces me dispuse a preguntar en los almacenes si me alquilaban el baño. Me acerqué al primero y me recibió amablemente la dueña del local, quien me dijo que ella lo haría encantada pero no contaba con baño, le agradecí y fui al siguiente.
Al entrar al segundo tuve que hacer una pequeña pausa porque sentí presión en la vejiga, me recibió un joven y dijo que debía preguntarle a la dueña del almacén. El joven se acercó a la dueña, una señora de talvez cuarenta años de edad que me vió, frunció el gesto y dijo no. Él regresó notablemente apenado, y yo le dije que no había problema, que muchas gracias. Luego, caminando un poco más lento y con una sensación de calor interno crucé la calle para entrar en un tercer almacén. Al hacerlo, se me acercó una mujer joven, quien me dijo que le preguntaría a la dueña. Pero no hubo que esperar mucho para la respuesta, porque la dueña una señora de mediana edad estaba sentada detrás de ella, me vio y gritó ¡No! Entonces les agradecí, di media vuelta mientras sudaba y salí.
En ese momento, entre el calor, el cansancio y la vejiga con un peso kilométrico consideré orinarme parada, no aguantaba más. Me sentí humillada, quería llorar…finalmente era inhumano que no quisieran alquilarme un baño. Con todo eso encima, decidí acercarme a un local de muebles, con la firme convicción de que, si me decían que no saldría y me orinaría encima. Un hombre me recibió, y cuando escuchó mi solicitud me dijo “por supuesto, siga por favor no puede estar aguantándose en su condición”. Mientras iba casi corriendo al baño lloré, agradecida y aliviada. Sin lugar a dudas Kimberlee Williams no se equivocó al proponer el concepto de interseccionalidad para hablar de las dobles, triples, cuádruples, etc., vulneraciones que vivimos las mujeres negras por nuestras condiciones y distintos marcadores de identidad. La respuesta a ello, como a la mayoría de problemáticas sobre el trato que nos damos las mujeres entre mujeres ha sido el concepto de sorodidad…que me parece que ha sido lo suficientemente analizado como para que en este espacio yo lo haga nuevamente. Lo que sí, es que es que sobretodo con mis formas de sentir como mujer pipona, es un concepto que me ha dejado una serie de cuestionamientos y pendientes que no me han permitido sentirme cómoda con su “aplicación generalizada”, o pretensión generalizadora más bien.
Quiero creer en la sororidad como una propuesta real y práctica para las relaciones e interacciones entre mujeres, pero en mi experiencia no ha sido así. ¿Qué hizo que esas mujeres me negaran el alquiler del baño? Tal vez no lo sabré nunca, pero hubo un hombre que no dudó en decir que sí, y siempre le estaré agradecida.
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